Ratatouille
Tomada en el Parque Lazienki, Varsovia.
¡Ojo! Que es el ratón el que le da la comida al tipo :D
Tomada en el Parque Lazienki, Varsovia.
¡Ojo! Que es el ratón el que le da la comida al tipo :D
Varsovia fue nuestro primer contacto con las torres polacas y es que Polonia está llena de catedrales e iglesias con altas torres. Merece la pena su visita ya que tendrás fantasticas vistas de la ciudad en la que estés.
En Varsovia no es precisamente una iglesia la que cuenta con la vista más alta de la ciudad sino algunos rascacielos, entre ellos, el Palacio de la Cultura y la Ciencia. Fue construido por los rusos y, aunque genera más odios que amores entre los polacos por su origen, ahí está.
Se puede visitar su torre desde la que hay una muy buena vista panorámica de la ciudad.
Esta imagen (de un restaurante en Varsovia) vale más que mil palabras.
En Polonia se come mucho. Pero mucho, mucho... y consistente, pero tela, tela...
Uno de los platos típicos de la cocina polaca son los Pierogis, una especie de raviolis aunque algo más grandes. Los hay con varios rellenos: col, puré de patata, queso, cebolla (por separado o varios ingredientes juntos). Es una de las primera comidas que probamos y están buenos, aunque no hay que excederse ya que son muy pesados.
En Varsovia probamos también el Zurek, una sopa tradicional Polaca a base de harina de centeno fermentada. La que nosotros probamos llevaba huevo duro y embutido dentro. Con un plato de esta sopa puedes subir y bajar el Everest en una tarde. Claro que nosotros (ignorantes) pedimos también segundo plato.
Son muy habituales los platos que incluyen col, como la carne picada con arroz y especias envuelta en hojas de esta verdura. Este fue mi segundo plato tras el Zurek.
En cuanto a los postres, los polacos hacen una gran variedad de tartas y pasteles. Son famosos también los Pierniki de Torun; con almendras, nueces, especias, miel y algunos cubiertos de chocolate; aunque a nosotros no nos hicieron mucha gracia.
La verdad es que en Polonia comimos mucho y muy bien. Al principio cuesta adaptarse y tomarle la medida a los platos (como tres noches sin cenar) pero luego, el estómago se ensancha y te pones al ritmo local...